domingo, 24 de febrero de 2013

STREETS OF COMPOSTELA, por Ais

"He visto un caracol, se deslizaba por el filo de una navaja, ese es mi sueño, más bien mi pesadilla, arrastrarme, deslizarme por todo el filo de una navaja de afeitar,
y sobrevivir".

La Navidad es la época de los pseudos suicidas, de los corazones rotos, de los amargados, de los que no tienen un céntimo para comprar un puñetero juguete a sus hijos y a las 07:00 de la mañana con un frío que hubiera helado los testículos al mismísimo Julio César en las Galias, …¡está ahí! vendiéndote pañuelos al lado del oxidado semáforo de la Galuresa en mi vieja Compostela.

Un tipo normal, abrigo azul de marinero, gorro polar a juego, un paisano (¡oh! ¡sorpresa! ¡¡no es un rumanovladempalador!!), un gallego, que sobrepasados los 40 ya no tiene trabajo, otra víctima más de las políticas de reactivación económica actuales; de no ser por la actividad que realiza pensarías que es tu vecino que va a trabajar (aunque igual, ¡¡¡es tu jodido vecino!!!). Camina bajo el manto de la aún noche compostelana, de un coche a otro intentando venderte cuatro paquetes de jodidos pañuelos de celulosa a un puto mísero Euro.

Desde mi asiento de conductor, sólo veo las cabezas de los que me preceden que se bambolean de un lado a otro cual perrito de adorno ochentero, negándose a su trueque, ¡coño!, ni le miran a los ojos… joder qué mundo, cada vez te aborrezco más.

Llega al lado de mi grisáceo y barato coche, bajo la ventanilla, le saludo…

—Qué tal va la mañana, Juan—pregunta estúpida por mi parte, pero no es más que un gesto amable (ahora son las 7:10. 5º C marca el termómetro de mi vehículo).

—Hey, hola… jodida… mucho frío…—pero bueno me contesta acompañado de una amplia sonrisa y consiguiente sorpresa por volverme a ver.

—¿Qué tal tus hijos?—tiene 3… joder, otra pregunta inoportuna.

Baja la cabeza, le he tocado la fibra sensible:
—Con su madre en casa de mis suegros—me dice con visible y rojiza vergüenza.

—Vale…—esta es mi estúpida, breve y concisa respuesta a esta alma rota, me voy a perdonar pues creo que aún estoy un poco dormido.

Yo hablo, como diría mi viejo, “con todo Dios que se me ponga delante”, y claro, a Juan lo conocí haces unos meses, mientras esperaba a cruzar el paso de peatones y él recargaba sus bolsas de supermercado Lidl con paquetes de Kleenex.

Es increíble, pero en cinco minutos puedes oír una vida, en este caso, una vida la cual el “demoniocojonero” de la mala suerte oscureció. La gente quiere comunicarse en este asqueroso mundo, el problema es que no hay personas que se paren y escuchen, no tienen tiempo… Cinco minutos, sólo cinco y es como limpiar a la gaviota impregnada de petróleo, hoy puede que vuele, solo hoy, tal vez le des un poquito de esperanza, lo que todos anhelamos.

De cómo de un día para otro, te quedas en el paro, de cómo de un día para otro tu Banco (el Dragón) te quema con sus llamaradas porque no puedes pagar la Hipoteca: como la bestia que es, no le importan los motivos, sólo devorar las únicas posesiones que tenías, esas que tus antiguos jefes y tus políticos convirtieron en cenizas… al igual que tus sueños. De cómo los asiduos de la cola del paro se convierten en tus nuevos compañeros de oficina callejera.

Juan no ha perdido la esperanza, no ha perdido la sonrisa, sabe que a su edad no va a encontrar trabajo y menos en los difíciles tiempos que corren. Es la presa fácil para precipitarse a la oscura delincuencia, para robar, para atracar, para ganarse 3.000 euros transportando unos kilos de coca de X a Y. La víctima propicia para caer en el Horror como diría mi venerado Coronel Kurtz, y cargarse en un arrebato de locura a personal directivo con una recortada. Pero no, Juan vende pañuelos a las 7:00 horas de la fría mañana de Navidad Compostelana.

El semáforo cambia al color de la esperanza, el Verde, y yo sigo hablando con él, pese a que el coche que tengo detrás me pita repetidamente, pues no avanzo.

—¡Que te den por el Culo!—le grito a su reflejo en mi retrovisor.

De la parte de atrás de mi coche tomo la bolsa grande de juguetes (en magnífico estado de conservación) que hace unas semanas pretendía donar a la Cruz Roja en su campaña navideña, pero sobre la que había cambiado de opinión, tenía otros planes.

Juan me lo agradece, pero de piedra se queda cuando el termo de café caliente que siempre me acompaña en el asiento contiguo con destino a reposar en la mesa donde trabajo, transborda de mis manos a las suyas.

Se ha emocionado por que un cuasi desconocido le obsequia con un simple Termo de Café… caliente, de intenso aroma, de mágicos efectos, capaz de ahuyentar a los gélidos espectros que intentan poseer su cuerpo, los devoradores de calor.

La respuesta fue un simple ¡gracias!, corto, conciso y más sincero que los millones de horas de la historia del discurso político de este país.

Mi padre decía que el mundo se podía arreglar, simplemente sentándose y hablando acompañados de una deliciosa taza de café, mmm, no, no lo decía mi padre… es un pensamiento mío… ¡me gusta tanto el café!

Para los que crean que por esto soy un buen tipo se equivocan, soy un hijo de perra que tenía esperanzas en la humanidad. Ya no… pero a veces brota algo humano de lo más profundo de mi insulso ser.

Ya no creo en los Reyes Magos.

4 comentarios:

  1. muy muy buena laentrada, esta bien que nos haga remover conciencias! enhorabuena ais!!!

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  2. Un rollo muy descreído y escéptico que va mucho conmigo, la verdad. Genial tu artículo, Ais, esperemos que nos regales unos cuantos más :)

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  3. Está moi ben o artigo, pero eu engadiría: "Nunca perdámo-la ilusión da noite de reis, nunca perdámo-la ilusión por vivir" porque como solía dicir Juan Montes: "La vida también puede ser maravillosa"

    Danitxu,

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  4. Me ha gustado muchísimo. Especialmente ese contraste entre la percepción desoladora del mundo -una imagen potente de esta decadencia que no has tocado vivir, sin disimulos-, y ese otro lado tan humanamente cálido que se resume en el gesto de ofrecer té caliente.

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